Podría decir que tus dientes son blancos,
como si fueran de marfil, pero tus ojos
que duplican lunas me vuelven inerte,
y tiemblo, tiemblo en la enfermedad que
provocas, y enfermo estoy.
Veintisiete de Agosto, el calor se esfumó
mientras tu rostro perfecto se asomó entre
balcones de multitud. Tan solo fueron segundos,
y viajastes a la altura que tienen las diosas,
parecías desplazarte.
Esa cara era cacereña, totalmente cacereña.
Avergonzada te fuiste y sólo pude mirar tu culo,
que parecían dos algodones de feria.
Eres lo más bonito que ha parido nuestra especie,
y aunque prefiera tu mudez, ya que lo dices todo,
deseo escuchar tu voz de gelatina.
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