Los días avanzan al trote, y en mi corazón el roce de los recuerdos galopa
hacia distancias cada vez más lejanas, y que son sin duda las más entrañables
e importantes.
El niño que no crece está muerto, es devorado por las plumeantes espigas
de la crueldad de la vida. Y el hombre que no recuerda ser un niño
abandonó en la cuneta su alma, olvidó por completo su orígen y su
propio destino. Dejó de estar vivo.
Es el equilibrio entre los juguetes de porcelana y los fieros
rieles de la madurez, fríos y metálicos, lo que hay que mantener
firme. Y sentir a ultranza el fluir del rojo líquido cuando riega de
congojo y pasión nuestro cerebro.
Es un hilo muy fino en el que hay que postrarse en pié y no
mirar hacia abajo. Porque en el lodo están los cobardes que
cayeron buscando caminos indicados por otros. Y porque
el chorro de agua limpia y humo azafrán son a su vez canela
y baldosa amarilla. Y los reflejos de la luna sobre el mar no
son una simple casualidad cósmica.
Que rebote, rebote, y que en tu culo explote.
No hay comentarios:
Publicar un comentario