No intentaré esconder entre sílabas y sábanas las
humedades que regaron mis lágrimas. Ni volcaré cazos de humo
entre mis penas, que son ahora la única verdad
que reconozco pura. Y es que están hechas de mármol.
Me invaden sin preaviso las hadas que recorrieron mi corazón,
y por la espalda vapulean mi alma, hasta conseguir el rescate
de recuerdos que debieran estar obsoletos y deprecados.
El hachazo está causando la metamorfosis de una noche,
que comenzó siendo de vainilla para volverse cruel y metálica.
Pido perdón si algún día pretendí que el mundo se detuviera en seco
y cambiara de dirección. No fue ni de lejos mi intención. Sólo
quise rozar los límites que ahora se han convertido en una ínfima
frontera sobrevolada hace ya tiempo. Porque el cielo y sus estrellas
son la única aduana que pueden pedir pasaporte y porque la libertad
está hecha de venas, pulmones, ojos y resortes. No tiene color, ni bandera,
ni patria, ni nación, ni tan siquiera mar que la rodee. Y sólo la extensión
de una mente fabricada de poesía la puede alzancar levemente.
Y es mejor así, porque destroza a su paso todo lo que
toca y recubre de locura a las guitarras más cuerdas. Es un monstruo que
escupe con desprecio tu felicidad, una droga muy fina, cara y mortal.
Olvidémosla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario