Y sus cabellos que son de trigo parecen envolver
dos faros que todo ilumina. Su corazón, hecho
de diamantes, sirve de compás a su aliento,
que es de chocolate. Son sus pechos dos apetitosos
racimos de uva, y su ombligo, un cuenco de gazpacho
lleno de magnolias.
Sé que puedo amarte y abandonar mi estado de chimenea,
porque eres música entre disputas, un cuchillo de sierra ante
un pan recién hecho, una lágrima de veintisiete litros caída
del cielo. Acércate a mi cuerpo que se vierte, para que mis
dientes vuelvan a ser blancos y deja que sienta con tu tacto
los vientos de las musas que tu preñaste.
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