Tengo en la cabeza como si fueran escenas perfectamente
ensayadas una película en la que mi vida es únicamente un
papel secundario.
Todo trascurre tras una noche de otoño de 1979 en una ciudad
parecida a Coria, pero rodeada de playa. El sonido de una guitarra
flamenca inaugura el nacimiento de dos gemelos que se llaman
Fernando y Miguel, es día 29 y la lluvia estropea con behemencia
los festejos que allí se festejan. Las guirnaldas empapadas junto a las
farolas parecían un tendedero que no paraba de llorar.
Ambos hermanos hechos de la misma sangre, dibujaban en su infancia
rostros sobre la arena, mientras las opacas olas hechas de espuma borraban
con su goma las creaciones allí pintadas. El sonido del mar provocó en ellos
afición por la música con desigual talento.
Pronto pasaron los años rodeados de juegos que compartían con su amiga
Virginia. Apenas tenían seis años, y mientras formaban una especie de trébol
indisoluble,la tragedia apareció para desligar lo que parecía indivisible.
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