Y se sienten los días como flechazos,
que se centran en tus labios aparcados
esperando los besos que te acomodan.
Los susurros se convierten en ronquidos
mientras no aparezcas, ya que me pierdo.
Se centran bajo mareos el alba que escupe
las sonrisas de un payaso.
El kiosko regalaba tico-ticos y gominolas,
y las terrazas de madera parecían derretirse.
De repente una voz salió entre las nubes
provocando el asombro de una humanidad
que parecía despistada en altruísmos innecesarios.
Un Dios de ojos negros y con colores jamaicanos
se preguntó a sí mismo : ¿ Dónde estás Jacobo ?
No había perros, sólo dálmatas,
y los cuerpos fueron gozo durante un minuto.
El placer fue cogido por banda para repartirlo
entre vasos de horchata tras cuerpos solemnes.
Y los pechos se hincharon para ofrecerse al tacto
que todo varón percató, entre zumos de agua.
La brisa bailaba entre rostros felices para inagurar
la llegada de un Dios que estaba ciego de porros.
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