Los trazos de la mañana dibujaban sin descanso
luces de poesía. Mientras, el sol azotaba de calor a las almas
presenciales del entierro de un hombre cuyo epitafio
decía: "No me he ido, me han echado".
Las campanas parecían estar gritando entre quejidos
de hojas secas, y los sentimientos afloraban como
espectros junto al tiempo naufragante empapado de
lágrimas y carmín.
La esperanza, más verde que nunca, se rodeó de abrazos,
se vistió de alas y voló junto a los pájaros, provocando
una lluvia de plumas de alegres colores. Al instante, un niño
de cuatro años comenzó a señalar con su dedo de golosina
el nicho ocultado de rosas.
-- Papá canta -- dijo el niño--, papá está cantando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario