sábado, 3 de septiembre de 2011

Ladrido número tres

Ya se rompen los bastiones que rodean mis entrañas,
porque oscura está la noche, porque el mundo al fin se calla.
Lagrimean las estrellas envueltas entre sábanas,
junto al tiempo que perece entre pitos y entre flautas.

Sólo lucen tus mejillas que de mi memoria ya no escapan,
que son dos magdalenas cristalinas y admiradas por las hadas,
y se eclipsan entre diámentros eternos los cansados ojos,
que brillaron junto al Sol asesinado de un mordisco bajo escarchas.

No habrá cielo libertino, sino cárceles rizadas,
el azar vomitará entre arcadas los minutos que te esperan,
para pender de maromas convertidas en heridas y entre ramas,
hasta desaparecer, absorbido por escarpias.

Y a pesar de que nade entre cataratas de sangre,
las pasiones se agotan, las fuerzas flaquean, y las penas se clavan.
No serán mi carne ni mis ganas las que se esfumen,
sino la vida que se consume y que pierde la esperanza.

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