Vencedores y vencidos sostienen la ternura de la tarde,
y la banda sonora de un arcodeón parece verterse entre almas,
para encender una oscuridad que dialoga a base de gestos con
la proximidad de una luna que se prevee eterna,
ya que en el territorio de lo sagrado los viernes son santos,
especialmente para mis no menos santos cojones.
Siguen girando las aspas de un ventilador que llegará al Otoño,
entre hojas carentes de clorofila, exhaustas de penas recogidas
durante un año que les minó la alegría y que junto al viento repartieron.
La música viaja entre peces que navegan sin escamas para no
diezmar la ilusión de un niño con la barriga inflada de cerveza.
Son pocas las alegrías que reparto y muchas las que me quedo,
porque el infierno es para dummies, porque si tuviera voz cantaría
por soleares, porque siento descargas, porque me recorren glóbulos
inquebrantables que no se conforman con estar vivos y cuya diversión
es liarla parda. Tal vez tengan razón. Me los imagino como emoticones
con cara de traviesos sonrientes y mirando el reloj impacientes
esperando que su hora llegue, como si fueran critters.
Pero los domino y conozco. Esta noche se tendrán que conformar
con unos simples, abundantes y llanos pajotes.
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