Y a pesar de que un sano desconcierto revuelque los más sanos juicios,
y aunque los locos no distingan el miedo, del frio o la sed, mi corazón se
alza, junto a una bandera blanca, y distribuye sus ganas minuciosamente
en el tiempo, como un cocinero en vísperas de la más eterna guerra.
Los ojos señalan con destreza los brillos de las voces que se alzan,
y cuya luz se divisa desde lejos. Parece ser indisoluble. Los vientos
son atravesados por cabezas afiladas con poesía, y los pentagramas
se entremezclan entre serventesios divinos y que vomitan quintales de
arte que no dudaré en desayunar.
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