Es cierto que mis alquitranados pulmones respiran
del aire la ilusión de un vuelo infinito. Y que mis ojos
cansados observan sin pausa tu rostro divino,
lejano como el azul que rellena los cielos volcadores
de luz, y es preciosa tu figura creadora de música.
La vehemencia se esconde ante los pasos que siempre
andan rectos en busca de sueños, el rojo a lo alto del
Sol acalora mi alma y sus partes y que tú destrozaste
con tan solo mirarme.
Es la vigésimo séptima vez que me enamoro esta semana.
La monogomia no está hecha para seres que son libres,
y que nunca dejaron de serlo tras el despego de un cordón
umbilical cada vez más cercano. Pues mi madre está en
lo alto, en su trono, dirigiendo con maestría la vida que ella
causó y que no será en vano.
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