Eran las cinco de la tarde y en Pacondo como todos
los días se preparaban con oficio y arte los pacondianos
para la corrida de toros. Esa tarde toreaban Miguel Ánguel
Feliz el Buitre, Torrebruno Pacondo y Domingo Ciripolen Casanovas.
De los tres, el segundo era el preferido por el público.
Sonó la tercera campanada y el toro estalló como una especie
de palomita. Las mozas cubiertas de rosas alimentaban la fiesta
con sus palmas y el cielo parecía una especie de gominola azul.
Las banderillas de Don Domingo fueron auténticas y ocasionó una
gran ovación. El capote de Ciripolen fue un baile flamenco que
provocó una oreja. Y el Buitre estuvo enorme y tras recoger
el rabo salió volando como era de su costumbre.
Tras la corrida las hermosas damas minifalderas repartían
perrunillas y gazpacho de huevo. Los ancianos terminaban
su puro mientras agarraban a las muchachas de las cinturas
más exquisitas. Todo Pacando follaba de siete a nueve.
Los viejos eran los primeros y siendo anfitriones repartían
hembras como se reparten las sábanas de un hospital.
Todo Dios follaba, hasta el tonto del pueblo que se llamaba
Willy el Tuerto y los ciegos también lo hacían.
Los árboles y sus hojas llenaban de verde las tardes, y
los gusanos nacían ya hechos mariposas. El traje sanjuanero
hecho de rojo y blanco junto al cielo parecían una especie de
bandera. La charanga trompetera llenaba de música la ciuidad
y los helados de limón se vendían como churros. Sólo los adornos
de las farolas daban signos de quietud. La muchedumbre exaltada
bailaba al son y los mudos parecían estar cantando.
Imagen de Pacondo
La fiesta era brutal y los alredores estaban hechos de oscuridad,
pena y paja. Se observaba Pacondo de lejos como rayos de soles.
Era una juerga de color, alegría y buen humor.
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