sábado, 20 de noviembre de 2010

Elucubración

Eran alrededor de las cinco de la tarde cuando
María y sus familiares llamaron al cura para que
en su oficio diera a lugar la extremaunción de Don Federico.
Llevaba años sin poder hablar y su única obsesión
durante más de dos siglos había sido la utopía de la paz.

Tenía doscientos catorce años y su corazón inflado de
penas y tormentos estaba llegando a su fin. Su
rostro era arrugado, como el de una camisa de seda tras salir de
una lavadora, y apretaba su puño derecho con tal fuerza,
que las gotas de sangre sobre la alfombra parecían ser
un reloj de arena.


 

Su tataranieta Silivia  con un cubo hecho
de hojalata lloraba mientras recogía los últimos restos de vida.
Durante unos segundos, una ráfaga de viento golpeó la
habitación y el puño de Don Federico dejó de estar cerrado.
Sobre su mano había una nota escrita que decía : !Seguid vivos!

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